viernes, 23 de julio de 2010

ESTEBAN Y LAS BOLITAS DE ALCANFOR (Naftalina)

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En el año 1952, cuando empezaron las obras de la Universidad Laboral, muchas madres de los barrios populares de Córdoba, optaron por colgarle “Bolitas de Alcanfor”, metidas en una bolsita colocada a modo de escapulario, a todos sus hijos pequeños. No sabemos quien dio esas instrucciones o que “guru” lo recomendó, lo cierto es que todas las madres cuidaron de “vacunar” a sus hijos menores contra la epidemia de Poliomelitis, que se dejó sentir por desgracia en Córdoba.


Era una época en que la escasez de medicinas y la falta de vacunas hacían estragos sobre todo en las familias más pobres. Ya, dos años antes (1949-1950), había pasado algo igual con la plaga de Meningitis, que afectó a muchos menores.

En los Colegios y en nuestros juegos, todos llevábamos nuestro bolsa que no desaparecía de nuestros cuellos ni para dormir. A pesar de ello y del característico olor del alcanfor, nosotros no tomamos nunca en serio lo que podía significar esa enfermedad.


En aquellos tiempos como hemos dicho y quizás debido al bloqueo exterior que se había organizado después de la guerra, escaseaban toda clase de artículos de primera necesidad así como toda clase de medicinas, las pocas que entraban lo hacían de contrabando, por Gibraltar, por lo que unas simples fiebres de malta (brucelosis), se curaban con tratamientos escasos y poco ortodoxos, dejando siempre unas secuelas.

A consecuencia de unas calenturas de malta me quedaron las secuelas de una Ostiomelitis, que se me declaró en la muñeca izquierda. Después de rodar por muchos sitios, mi madre me llevó a la Hogar y Clínica de San Rafael (Hermanos de San Juan de Dios), en donde D. Francisco Calzadilla, decidió mi ingreso para operarme. Era a principios del año 1954, y yo tenía por tanto 10 años.

En aquel Hospital Infantil pude apreciar y comprobar los “estragos” que había hecho en un montó de niños, aquella fatídica plaga de “poliomelitis”. De cien niños que había ingresados en aquel Hospital, más de la mitad tenían problemas de esa enfermedad en un pie y en algunos casos en los dos. Allí pude comprobar el valor que tenía el “celo” de nuestras madres con colocarnos sobre nuestros cuellos aquellas “bolitas de alcanfor”.

Recuerdo que en una mañana de aquel mes de febrero (1954), Córdoba amaneció con una nevada tan intensa que nadie recordaba otra igual. De madrugada nos despertó el hermano Bernabé, diciéndonos: “Esteban, Manolo, mirad, mirad como se ve caer la nieve sobre los pinos de la sierra." Mi compañero de habitación Esteban, natural de Ciudad Real, posiblemente más joven que yo, quedamos unidos por aquella escena, al estar en “capilla” para ser operados el mismo día por la tarde. La espera, la observación del blanco, la cercanía del cloroformo, el paisaje y el ayuno preventivo para la operación, nos hizo "entablar" una relación que duró durante los dos meses que yo estuve recuperándome de la operación.

A mi me tenían que operar como ya he dicho de la muñeca de la mano izquierda y a mi compañero Esteban, se trataba de corregirle “el pie sopo” que padecía en ambas piernas. Nos bajaron al quirófano y vimos también allí a un compañero de la “sala” de los mayores, apodado “Campanillas”, al que le iban a implantar en sus pies, los huesos que le sobraban al amigo Esteban. Lógicamente a los dos los metieron a la vez en el quirófano y la operación quirúrgica se prolongó más de la cuenta por lo que no dio tiempo a que a mi me operaran.

Después de la operación, Esteban, permaneció lógicamente con ambos pies totalmente vendados y la verdad es que en el tiempo en que yo permanecí en el Hospital, no lo ví levantarse, por lo que aunque las curas iban bien, nunca pude comprobar su recuperación, ya que a mi me dieron de alta a mitad del mes de Abril.


Desgraciadamente no retuve sus apellidos, aunque si recuerdo perfectamente su imagen, sus pecas, su pelo rubio y el tono de su voz. Recuerdo perfectamente que modulaba muy bien la lectura y tenía voz radiofónica como decía el Hermano Gabriel. Dada su gran afición al fútbol fue el que casi nos radió el partido de Fútbol que jugó España contra Turquia, y que al terminar en empate, fuera la “bola sacada por el bambino”, la que nos privó de participar en aquel mundial. (El estaba oyendo el partido en una Radio-Galena). en incluso nos hacía sus comentarios. Desgraciadamente, como ya he dicho, me marché sin poder comprobar la recuperación de mi amigo Esteban, pues aún no lo habían levantado.

El Sr. Berrocal, había implantado que las clases de Tecnología, se celebraran en las aulas de talleres, a fin de que se pudieran hacer “practicas” directamente en el Taller. Menciono este hecho no porque el citado profesor nos hiciera ninguna práctica, ya que la única que nos hizo no llegó a terminarla, pues al tratarse del afilado de una broca, tuvo finalmente que “terminarla” el ínclito “Majo” (Ibáñez Hoyos). La razón de mencionar esta circunstancia fue porque en 1958-1959, al terminar esta clase, y al pasar por el taller de Ajuste, pude ver a mi antiguo compañero de Hospital, Esteban, que atendía las explicaciones del Sr. San José, en el tornillo de su banco de ajuste. El aparente carácter de seriedad del Sr. San José, hizo que no me acercara a saludar a mi compañero Esteban, no obstante si pude comprobar que andaba con relativa naturalidad, cosa ésta que me llenó de alegría. Según me dijeron ese curso pertenecía al Colegio Juan de Mena. Allí nos vimos en el patio y efectivamente pude comprobar que la operación había sido todo un éxito.

Al final de aquel curso me cambiaron al Colegio San Alberto y ya no pudimos coincidir, y desde entonces no sé nada de mi amigo.

Te pido a ti amigo Olmo, que me gustaría saber algo de este compañero de Hospital y de Universidad. En aquellos tiempos (15 años), era de estatura media, pelo un tanto rubio y algo pecoso. El habla era de tono grave.

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