domingo, 1 de junio de 2008

ÉRAMOS MUY JÓVENES…

Estamos en el mes de mayo, mes de las flores, de los patios y de las cruces. Mes de Córdoba por excelencia. Durante estos treinta y un días las calles de la ciudad de la Mezquita son un constante ir y venir de visitantes que recorren los barrios antiguos y admiran nuestros patios y monumentos. Son franceses, ingleses, alemanes y americanos, además de los educados y correctos japoneses.


Hablemos del Colegio Gran Capitán…

Allá por el 1957, el Padre Roces nos causó una grata impresión cuando, siendo educador del Colegio Gran Capitán, dio una charla cuaresmal en la que, entre otros comentarios, relató un accidente ferroviario que el había vivido por la zona de su Asturias natal. De su exposición, con sus alusiones a la fe y su conclusiones, la mayoría de nosotros apreciamos en él un educador espiritualmente muy preparado y con mucha claridad de ideas. Posteriormente, con su ascenso a director del Colegio, algunos observamos en este dominico una transformación que le forzó a mostrar una actitud de carácter que no se correspondía con el dominico que habíamos conocido anteriormente.

Frente al Colegio Gran Capitán teníamos la vía del tren y la carretera por donde se veían pasar toda clase de vehículos. Al estar por las mañanas en talleres, era por la tarde cuando en los recreos contemplábamos el paso inexorable de los trenes y los vehículos. Pasaba el “rápido”, con su máquina diesel que alcanzaba hasta los 60 kilómetros por hora. Eran unidades de tren compuestas de dos máquinas, una delantera y otra trasera, y en medio un conjunto de hasta cuarenta vagones, mitad madera, mitad metálicos. Siempre que pasaban nos asomábamos casi al borde de la vía para saludar a los viajeros, que desde las ventanillas nos correspondían en el saludo.

El paso del tren a esas horas de la tarde hacía que a muchos compañeros internos les entrara “morriña”. Recordaban sus casas, sus familias, sus pueblos y, algunos, hasta sus novias…

Lo mismo ocurría cuando por la carretera se veían pasar “las pavas”, nombre cariñoso que les daban los internos de Jaén y Granada a los coches de línea que iban para sus provincias. Unos compañeros que se significaban por sus “morriñas” con las “pavas” eran Luis Tudela y Antonio García.

También por esas horas, después de la merienda, pasaban los grandes camiones de Transportes Ochoa en dirección a Madrid. El paso de esos camiones iba acompañado por el suspiro de la mayoría de los compañeros internos, ya que sus sitios de origen rondaban por esas zonas del norte y centro de la Península. Se sabían de memoria cuál debería ser la hora de llegada de dichos vehículos. De algunos de estos compañeros (posiblemente ya jubilados) aún me acuerdo: Piñón Barberá, Eulalio Vázquez, Mural Vila, Ángel Gascón y Herreros Allende (el del mitin del Garvey).

Hablando de Piñón Barberá, (gran amigo del valenciano José Maria Iserte), tengo que recordar la discusión tan absurda (por nuestra parte) que un día planteamos, tanto Vázquez Martín como yo, recién llegados al Colegio. Nosotros nos aferrábamos al absurdo de que en Córdoba había tantos autobuses como en Madrid. El bueno de Piñón nos decía: “Muchachos Vds. deben de estar locos o chalados al decir esa tontería”. Menos mal que medió en el tema Jaime Pons Catalá, que tenía grandes dotes de persuasión, y que por preparación y edad nos ofrecía toda la confianza del mundo. El nos convenció de que en Madrid había muchos más autobuses que en Córdoba. Cerca de nosotros estaba el saguntino Serra, que se mondaba de risa…

Un día estábamos tranquilamente sentados en la puerta de nuestro Colegio y vimos pasar un tren de color totalmente metálico blanco y compuesto de tres unidades. Iba a una velocidad mayor que la habitual. Al parecer eran dos máquinas y en medio un vagón remolque. Todos nos quedamos sorprendidos y con dudas. Al día siguiente, que era sábado, de forma voluntaria unos, y por arresto otros, asistimos a una conferencia que dio el profesor de tecnología del automóvil Sr. Castro. El tema escogido era precisamente el nuevo Tren TAF, que RENFE estaba incorporando en todas las líneas de forma radial desde Madrid a las capitales de la periferia.

Nos aclaró que eran trenes automotores, cuya construcción había sido adjudicada a la empresa italiana FIAT, que estaba suministrando unidades desde 1954. Las unidades motoras iban equipadas cada una con un motor Fiat de 505 CV de potencia sostenida, lo que equivalía a una potencia total de 1000 CV.

Continúo diciéndonos que dichos trenes eran capaces de alcanzar velocidades de hasta 120 Km/h. en llano y de 60 Km/h en las rampas del 15-20 por mil de desnivel. También nos dijo que la empresa de los ferrocarriles españoles esperaba conseguir velocidades de explotación comercial del orden de los 60-70 Km/h.

En cuanto a la capacidad de los trenes TAF era de unos 175 pasajeros. En el vagón del centro ya se incorporaba un pequeño bar restaurante. No había nada más que un tipo de billete único. Además nos dijo que, según parecía, éste era un tren de transición hacía el tren TER y que más tarde vendría la alta velocidad de los trenes TALGO, que ya estaban en proyecto.

Terminó la conferencia dándonos algunos consejos sobre todo –dijo- a los alumnos más jóvenes, que parece ser que habían tomado como diversión el bajar a la vía y poner monedas para que el tren pasase por lo alto, “aunque siempre ha habido un peligro tremendo -prosiguió-, ahora, con la rapidez de estos trenes ese tipo de “juego” es poco menos que suicida. Tengo entendido que las autoridades de RENFE y la Universidad Laboral, están tratando de resolver este problema. Curiosamente, donde más se manifiesta este peligro es en el Colegio San Rafael, y allí están los alumnos más jóvenes” (finalmente, se planteó una reunión para abordar este asunto a petición del Padre Azagra, director del Colegio San Rafael).

Viendo como el profesor se marchaba, ya a la hora de la merienda, salimos fuera del Colegio y miramos hacía la vía. Pudimos comprobar que, efectivamente, ese tipo de “juego” representaba un gran peligro.

En ese momento intervino simpáticamente un compañero de León, quiero recordar que se trataba de Antonio Álvarez: “Nosotros, cuando llegamos los Domingos al Bar Colón, corremos más hacia la Telefónica de las Tendillas que este dichoso tren”. La verdad es que, según me dijo Julián el cartero, era un espectáculo ver a los compañeros internos nada más bajarse del autobús y dirigirse prácticamente corriendo por la calle Osario en busca de la dichosa Telefónica y pedir “número” para la conferencia que, a cobro revertido, les permitía ponerse en contacto con sus familiares y demás seres queridos.

Dos semanas después de aquella charla se vieron las hormigoneras y las palas funcionar. Habían empezado las obras para colocar una valla de protección en la zona de las vías, compuesta de pilares de hormigón armado cada 5 metros y malla de simple torsión de dos metros de altura.

La gamberrada…

Yo reconozco, y ahora lo veo mejor que cuando teníamos 15 años, que algunos éramos muy revoltosos. Yo mismo participé con varios compañeros en una grave gamberrada cuando estaban instalando la citada valla del tren. Metimos a un compañero dentro de uno de los pozos que habían hecho para los pilares (casi le tapaba) y, no teniendo bastante con eso, le echamos otro compañero en lo alto. El de abajo se defendió pegándole un bocado en sus partes al que le caía encima. Gracias a algunos mayores (quiero recordar a Castillo y Eulogio) que estaban por allí y sacaron al “mordido” y al “mordedor”, las cosas no llegaron a mayores. No obstante la cosa se complicó pues el hermano Alejandro, lo vio todo desde la puerta del Colegio.

Con la citada gamberrada nos hicimos acreedores a una sanción y una comunicación por escrito a nuestros padres. Tuvimos que acreditar que habíamos enseñado en nuestras casas la amonestación, y nos advirtieron que a la próxima habría comunicación a la propia Mutualidad. Tengo que agradecer de todo corazón la ayuda que nos prestó en aquellos momentos el Padre Vicente Espinel, ya que comprendiendo nuestra “juventud” nos animó a que pensáramos como los mayores y le hiciéramos caso en todo.

Los patios y el caballero…

En el año 1964 el patio de mi casa en el barrio de San Lorenzo lo presentaron los vecinos al concurso que organizaba tradicionalmente el Ayuntamiento de Córdoba. Era un patio muy antiguo y con muchas flores. La lavadora eran dos pilas con un pozo antiguo, que las siete vecinas se sorteaban durante el día y la noche. Para tender utilizaban unas cañas que llegaban hasta el tejado, altura a la que estaban situados los tendederos para secar las ropas. Era cosa como de circo ver a cualquier vecina, ya con más de 50 años, tender una sábana, que estando mojada podía pesar más de setenta kilos enganchada de la caña. No obstante ellas las movían de aquí para allá con una habilidad increíble para este menester.

Lógicamente, para el concurso de patios los tendederos se quitaron esos días. Era el sábado 9 de de mayo y estaba sentado en mi patio viendo la gente que entraba y salía. Entre los visitantes pude ver a antiguos compañeros de la Universidad, como Juan Quirós con su novia, Paco Morales, Antonio Florido, Manuel Serrano etc. Poco después, hacía las diez de la noche, llegó el Sr. Alejandro San José acompañado del Sr. González, maestro de automovilismo. Al verlos entrar me levanté y los saludé de forma efusiva. Seguidamente, me ofrecí a enseñarles el patio y sus detalles. Un vecino les obsequió con un vaso de vino y una tapita de chorizo frito, que los profesores agradecieron de forma ostensible.

Cuando salieron del patio los acompañé hasta la Plaza de San Lorenzo y la calle del Trueque, donde estaba el patio que había ganado ese año el primer premio (y curiosamente también lo ha ganado este año 2008). Allí nos encontramos con otro viejo “amigo”, el maestro de forja D. Antonio Pérez Flores, que después de un simpático saludo nos invitó a un “medio” en la taberna de la Sociedad Plateros, situada un poco más arriba de la calle del patio. Yo no quise ir, pero ante la insistencia del “herrero” no tuve más remedio que acompañarles. Llegamos a la taberna y nos sentamos en el patio que estaba muy concurrido. Nos sirvieron cuatro medios de “peseta”. El simpático “herrero” se lo bebió prácticamente de un tirón (se vio que conocía el tema). Quiso volver a invitarnos, pero les dijimos que no. Entonces él se marchó hacía su casa que creo que estaba por la Plaza de la Magdalena.

Al salir, el Sr. San José de forma muy respetuosa (él era muy serio), comentó algunos detalles simpáticos de este gran profesional, su genio, sus voces. En este sentido, indicó que su manera de ser la “sufrían” hasta los frailes más significativos. A él le daba igual que fuese el Padre Esparza, el Padre Leonardo, o el mismísimo Padre Cándido. Cuando creía que llevaba la razón le contestaba al más pintado.

El Sr. González, viendo que la conversación era fluida, le pidió al camarero dos cervezas y una copa. Con ellas en la mesa, el Sr. San José se sinceró diciendo que Córdoba le gustaba mucho, que el proyecto de la Universidad Laboral le había atraído, pero él no descartaba la posibilidad de marcharse algún día hacía el norte, porque echaba de menos a lo suyo…

Como era natural, salió la conversación de los alumnos. Entonces, el Sr. San José, con su probada caballerosidad, me hizo los siguientes comentarios: “En la primera promoción de Maestría había grandes alumnos en el dominio del taller. En primer lugar destacó, obviamente, a Miguel Velasco Galiana como campeón internacional de aprendizaje”. Pero eso no impidió que mencionara a otros grandes alumnos, destacando de forma muy especial a José Muñoz Camacho, del que dijo que “tenía unas manos de oro para la profesión del ajuste”. Solamente anotó que, como a otros muchos externos, le faltó la total integración.

Terminada la conversación, le dije al Sr. San José que si querían ver otro patio que había en la calle Velasco. Fue su acompañante González el que dijo que sí. Callejeamos por la calles el Queso, Frailes y Montero, llegando finalmente a la calle Velasco. En ese momento apareció por allí Casilda (la empleada de cocinas), que había salido del horno de comprar una telera de pan y se dirigía a su casa donde vivía con su hermana. Al verla, al Sr. San José se le sonrió la cara (cosa rara en él), saludándola ostensiblemente. Se pudo observar que le caía muy bien. Una vez que vimos el patio, nos separamos, y ellos se marcharon para el centro.

Años más tarde, y en la misma taberna, el Sr. Espejo Jiménez, que vivía en mi barrio, me comentó que el Sr. San José se había casado con una chica paisana suya y que se marchó a la Universidad de Zamora, aunque su domicilio lo tenía en Valladolid donde se criaron sus dos hijas. Al poco tiempo murió. Antes de indicarme este hecho me alabó la enorme categoría profesional y humana que guardaba el Sr. San José debajo de esa mirada tan severa que a simple vista presentaba. “De los diez maestros de taller que entramos el primer año (1956) –me dijo- él era uno de los pocos que tenía su titulo de Maestría en regla”. En calidad humana era un auténtico ejemplo para todos y se preocupaba por los alumnos de forma continuada mientras estuvo en Córdoba. Poco a poco, la pérdida de “peso” de la Universidad lo fue decepcionando.

También me dijo que, al parecer, la simpática y siempre amable Casilda se había casado con el dinámico ordenanza Francisco Serrano Rojas, gran aficionado a los toros y cariñosamente apodado “Serranito”. Este hombre era el que, de forma “oportuna”, nos daba la buena noticia al abrir la puerta de la clase diciendo: “señor profesor es la hora”.

En este menester sustituyó en el Colegio Gran Capitán a D. José María Montalvo, (ordenanza de 1956 a 1958). Éste era un hombre con semblante y estilo de rancia nobleza (no en balde estaba casado con una parienta del Marqués de Villaverde). Según me han contado algunos compañeros suyos, ver comer a Montalvo era una auténtica delicia. En sus modales y forma de andar aparentaba más empaque y gallardía que el mismísimo Jaime de Mora y Aragón, pero sin trampas.

Un saludo para todos los antiguos alumnos y especialmente para mis contemporáneos que ya estarán en la nómina de los jubilados.

(Terminando de escribir esta colaboración me he enterado de la muerte del querido compañero Bermejo Polo. Aunque parezca casualidad, le he dicho al compañero Olmo que estaba preparando una colaboración en la que uno de los sujetos principales era Bermejo y relataba sus competiciones de longitud y las más tímidas de salto de altura. Era muy amigo de Velasco Galiana y Marqués Romero, formando un trío importante de atletas de aquellos tiempos. En cuanto a su faceta de músico he entrado en contacto con un familiar de los Hermanos Báez, que eran los músicos que actuaban en el Hotel el Brillante en los bailes de los domingos. Dichos hermanos le tomaron en aprecio y le dejaban actuar con ellos. Me han prometido localizar una foto en la que aparece junto a ellos).

Manuel Estévez

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